El Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá celebra 30 años en medio de una crisis financiera y una imagen desdibujada. Tras conocerse que tenía una deuda que superaba los $13.000 millones, que había diferencias entre los miembros de la junta directiva y denuncias de artistas, proveedores y logística, se empezó a dudar de la continuidad de uno de los festivales más grandes del mundo.
Ante la crisis, la Corporación Teatro Iberoamericano de Bogotá tuvo que transformarse el año pasado, por lo que aparecieron como nuevos socios Tu Boleta, Konfigura y Páramo, con el interés de hacerse cargo del evento y reestructurarlo.
En ese camino, los nuevos organizadores pagaron las deudas más pequeñas, principalmente con las compañías de teatro que participaron en el anterior festival. Además acordaron un pago a mediano plazo con proveedores y logística, esperando conseguir más recursos para esta edición. Hasta ahora, de acuerdo con los nuevos socios, este año han invertido alrededor de $7.000 millones y se espera que la suma llegue a $12.000 millones, con la confianza de que, a pesar de que este año no se supere el déficit, al menos puedan pagar las deudas que quedaron de 2016.
El Festival siempre ha trabajado con pérdidas, pero la crisis actual comenzó tras la muerte de Fanny Mikey, en 2008. El asunto se manejó reservadamente hasta que Daniel Álvarez, hijo de Mikey, hizo pública la situación económica de la organización tras su salida en 2016 de la junta directiva. Ese mismo año, la ministra de Cultura, Mariana Garcés, cuestionó la forma como se estaba dirigiendo el evento. Todo terminó con la orden de un juzgado de embargar los bienes y activos de la corporación.
Esto provocó un rifirrafe entre la junta directiva, antiguos miembros y la ministra, que aumentó con las denuncias que hicieron algunas compañías de teatro, actores y proveedores de no haber recibido los pagos por su trabajo en la pasada edición. Luego se sumó la queja que hizo el sindicato de actores ACA a finales del año pasado, en la que anunció que en la edición de 2018 no se iba contar con los artistas nacionales. Esto los llevó a promover una iniciativa para que la gente no asistiera a la salas.
Las soluciones
Salvar el Festival ha sido una tarea en la que han intervenido varias entidades. Por ejemplo, para superar la controversia con ACA, Idartes abrió una convocatoria para financiar la participación de grupos distritales, la coproducción de las obras a presentarse en el teatro Jorge Eliécer Gaitán y el gran acto de clausura del Festival. Al final, 19 compañías de teatro nacionales fueron seleccionadas para participar en esta edición, de las cuales 14 fueron elegidas por el Distrito.
Por su parte, el Ministerio de Cultura cedió recursos al Teatro Colón “para coproducir las obras que se presentarán en este recinto y para pagar con el 50 % de la taquilla el costo del teatro callejero”, aseguró Lia Heenan, socia de Konfigura Capital y del Festival.
No obstante, esto no parece ser suficiente. Julio Correal, uno de los directivos de ACA, cree que los inconvenientes de los últimos años han perturbado la situación financiera del evento y el ambiente cultural a su alrededor. “Este año no se ha sentido entre el público ese ambiente de teatro que había antes”.
Contrario a lo que dice Correal, Heenan cree que la organización va por buen camino. Se lograron alianzas con la Alcaldía Mayor, SC Johnson, Directv, Caracol TV, la Cámara de Comercio de Bogotá, RCN Radio, El Tiempo, Crepes & Waffles, Thermos y Parque La Colina, entre otros. Además, dice, se redujo el número de salas, obras y costos de producción y logística.
“Serán modestos, pero esperamos que sea el principio de un ejercicio sucesivo de festivales con resultados positivos. La apuesta será buscar nuevos caminos para motivar al público joven a disfrutar y amar el teatro. La cultura es un gran camino para movilizar la economía de la ciudad y el país, y eso lo demuestra el hecho de que por cada peso que se invierte en el Festival, ingresan a la economía de la ciudad cuatro pesos. Eso es economía naranja”, agrega Heenan.
Daniel Álvarez, por su parte, cree que entre las cosas más valiosas que dejó Fanny Mikey está el hecho de que este tradicional evento fue concebido como un espacio para el público y del que se apropian tanto artistas como técnicos. “El Festival ha tenido muchos detractores que han hecho otros festivales, y eso es lo que Fanny al final quería, ese es su verdadero legado: la capacidad de enfrentar estos nuevos proyectos”, puntualiza Álvarez.
Por ahora, lo único claro es que la principal meta de los nuevos organizadores este año es recuperar la confianza de los espectadores y demostrar que la ciudad podrá contar con un festival para rato.
Fuente: elespectador.com