Los medios y la opinión pública reinventan y reproducen el machismo, aun cuando se trate de mujeres tan altamente educadas y competentes como los mejores hombres en la política.
Diana Gómez Correal*
Medios excluyentes
Esta semana en un evento en la Universidad Santo Tomás para conmemorar el 9 de abril el moderador señalaba la particularidad de una mesa compuesta solo por mujeres. El tema central del evento eran las experiencias de justicia para las víctimas en Colombia y otros países.
Lo extraño del momento no consistió en que fueran mujeres quienes reclamaban justicia, buscaban a los desaparecidos, recordaran y dignificaran a sus seres queridos y participaran en la construcción de paz y la política cotidiana. Lo extraño era que hubieran sido invitadas a participar en un evento público y que se les reconociera su contribución a estas luchas.
A Piedad Córdoba no solo se le invisibiliza por ser mujer y negra, sino por su cercanía con la izquierda.
En Colombia el mundo de la política conserva un sesgo patriarcal que no se logra derribar a pesar de la ya larga trayectoria de lucha de mujeres y feministas y de su amplia participación en distintos ámbitos. Quienes circulan por los espacios de la construcción de paz, los movimientos sociales, la participación ciudadana y la política partidista saben que los espacios de vocería, discusión pública y toma de decisiones están repletos de hombres, de modo que el valioso trabajo y aporte de muchas mujeres se hace invisible, se las excluye de la construcción democrática y de sociedad y se impide el desarrollo de sus carreras y de todo su potencial.
Esta realidad llevó hace meses a algunos hombres a proponer no participar en eventos donde las mujeres no estuvieran presentes, propuesta que Piedad Córdoba les hizo a los candidatos presidenciales, pero que no tuvo eco en medio de la contienda electoral.
Ese mismo 9 de abril, Córdoba anunció que se retiraba como candidata para la Presidencia. En un país donde los medios de comunicación tienen tanta influencia, y en un momento cuando cualquiera que aspire a la jefatura del Estado tiene la necesidad de estar presente en los foros y debates que se convocan, la decisión de la candidata resultó ser más que comprensible.
Piedad Córdoba junto con Viviane Morales han sido ninguneadas en la mayoría de los medios de comunicación y, como Piedad Córdoba expresó en su intervención del 9 de abril, no fueron invitadas a los debates presidenciales que se hicieron hace dos semanas en Medellín y Barranquilla.
¿Pero por qué se excluye a estas dos candidatas de los debates? Muchos podrían decir que esto no tiene que ver con su género sino con el hecho de que son los aspirantes con la menor posibilidad de ganar.
De entrada, quien responda esto reproduce el sesgo patriarcal, pues dicha respuesta pone en evidencia una sociedad que no es capaz de ver que tener dos candidatas a la Presidencia –y cuatro a la Vicepresidencia– nos habla de dos cosas al mismo tiempo:
- De un avance relativo frente a una realidad de exclusión aún existente, de larga duración y profundamente arraigada en nuestra sociedad, y
- De las barreras formales e informales que tienden a excluir de manera sistemática a las mujeres de la política partidista y que contribuyen a la reproducción constante de la discriminación cuando ellas logran entrar.
De igual manera, esa lectura reproduce una mirada interiorizada en nuestra sociedad según la cual las mujeres no son rivales reales de ningún candidato y, en general, que no son una seria amenaza al régimen, como les ocurrió a las feministas en plena aplicación del Estatuto de Seguridad.
Lo más terrible de todo este imaginario es que en el fondo está la idea de que las mujeres no tienen capacidad para gobernar un país.
También perpetúa la idea de que las mujeres no son suficientemente inteligentes y que, en consecuencia, no están preparadas para el mundo de la política. Lo más terrible de todo este imaginario es que en el fondo está la idea de que las mujeres no tienen capacidad para gobernar un país.
Contradecir esto es muy fácil. Las mujeres ahora están en muchos casos más educadas que los hombres, vienen participado de manera activa, propositiva y con resultados en la política y algunas de ellas tienen incluso formas de comunicación más acordes con las necesidades del electorado. Varias han sido gobernadoras y alcaldesas y sus aciertos y errores no tienen que ver en ningún caso con el hecho de ser mujeres.
Pero a pesar del gran esfuerzo que hemos hecho las mujeres para prepararnos, la sociedad y los medios de comunicación nos siguen viendo con los lentes de la larga y pesada carga patriarcal. En el siglo XIX uno de los intelectuales que contribuía a forjar la idea de nación colombiana decía:
“La vida pública no es el lugar de las mujeres. Las mujeres deben permanecer en casa, suavizando con su cuidado y sonrisas la amargura que nosotros brindamos del exterior. (…) [A las mujeres les digo], quédense en casa. Permítannos a nosotros el placer de ser presidentes o dictadores, confundir en las elecciones, insultar en el congreso, mentir en los periódicos, y matar a nuestros hermanos en las guerras civiles (…) para cumplir su destino hermoso y heroico, la mujer no necesita derechos políticos, tampoco emancipación o independencia como reclaman los innovadores modernos”.
En relación con esto, Angélica Bernal observa cómo en las elecciones presidenciales se reproducen prácticas mediáticas que dan mayor visibilidad a los hombres que a las mujeres y que han contribuido a relegar a candidatas como Clara López y Marta Lucía Ramírez. Cuando se da noticia de sus acciones se hace desde visiones que las caricaturizan –como ocurrió de manera sistemática con Piedad Córdoba– o se narran desde los estereotipos y los prejuicios, como en el caso de Claudia López.
Los medios, dice Bernal, apelan a la vida personal de las mujeres candidatas y trivializan de esa manera su acción política; las homogenizan a todas y pierden de vista las diferencias y trayectorias políticas. Al referirse a ellas instauran un discurso de lo excepcional y así desconocen que las mujeres –aunque con serios obstáculos y menor presencia en las instancias de toma de decisiones– llevan mucho tiempo haciendo parte de la política colombiana. Cada historia merece un análisis particular para observar cómo el sesgo patriarcal es real.
Para comprender el trato que Piedad Córdoba ha recibido por parte de medios de comunicación, contrincantes políticos y sociedad en general es necesario usar distintos lentes analíticos.
El sesgo patriarcal lo ayuda a explicar en gran medida, pero no es suficiente. No todas las mujeres viven de la misma manera la subordinación culturalmente asignada. Además de la discriminación por ser mujer, Córdoba ha tenido que enfrentarse con la herencia racista de este país y con la composición clasista del mundo de la política partidista, así como con la preeminencia conservadora y de derecha de un gran porcentaje de los colombianos.
Los medios apelan a la vida personal de las mujeres candidatas y trivializan de esa manera su acción política.
A Piedad Córdoba no solo se la hace invisible por ser mujer y negra, sino por su cercanía con la izquierda. Lo paradójico es que esto lo vive de diversas maneras dependiendo del lugar donde se encuentre: la política nacional, la de los movimientos o la de la izquierda.
A Córdoba, a lo largo de su trayectoria se le ha “castigado” por tres razones que se entrecruzan: género, etnia y pertenencia ideológica. Ella lo ha tenido que vivir a lo largo de su carrera de formas diversas:
- El secuestro;
- La estigmatización;
- La destitución del Congreso;
- La inhabilidad política;
- La desaparición y asesinato de uno de sus colaboradores en Poder Ciudadano;
- Y ahora su exclusión de la campaña por la Presidencia de la República.
Un análisis de por qué Piedad Córdoba se retira de la contienda electoral no puede ponerla en una situación de victimización que desconozca que es una persona que tiene y ejerce poder o pintarla como lo contrario de lo que lo han hecho sus más acérrimos contradictores. Es decir, convertirla de figura que condensa el odio –un “coco” de la política– en una santa o una víctima. Dicho análisis tampoco puede eliminar las diferencias políticas que movimientos sociales, partidos políticos, colaboradores y ciudadanía puedan tener con ella.
Lo importante en un momento como estos es construir una democracia plural donde personas como Córdoba –mujer, negra, cercana a la izquierda y con poder, interés y contradictores como cualquier otro político varón– tengan la posibilidad de participar en la contienda electoral y la política sin tener que enfrentarse a barreras infranqueables. Esto hace parte de la construcción de la democracia que la paz transformadora requiere; una democracia que trascienda los límites de la democracia liberal violenta que nos ha acompañado por décadas.
En ese sentido, los avances que las mujeres han hecho en la política no pueden hacer que dejemos de ver y comprender como sociedad los retrocesos que las mujeres experimentan en este valioso momento histórico (candidatas silenciadas y partidos políticos como el Polo sin ninguna mujer electa al Congreso de la República).
Avanzar en materia de equidad de género en la política exige leer con lupa los retrocesos y los logros, excavar en la lógica cultural profunda que permite que las mujeres sigan siendo dejadas a un lado, así como en los mecanismos visibles e invisibles de la lógica electoral que siguen poniendo límites a la potencia de las mujeres.
Fuente: razonpublica.com
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