Pregunta: si las encuestas señalaran que el candidato con mayor opción de ganar la carrera por la Presidencia de la República fuera, por ejemplo, Humberto de la Calle o Sergio Fajardo, ¿Estados Unidos habría escogido este momento electoral para pedir la captura de Jesús Santrich e iniciar su proceso de extradición? Dicho de otro modo, el rimbombante e innecesario operativo que montó el fiscal general para detener a quien hubiera podido ser simplemente esposado por uno de sus escoltas policiales, ¿impacta la campaña y le asegura el triunfo a la ultraderecha personificada en el uribismo, o a la derecha casi extrema del vargasllerismo? Visto desde otro lado: ¿el apoyo que varios millones de colombianos le hemos dado al desmonte de las Farc como guerrilla y a su paso a la legalidad política queda disminuido con la acusación de que uno de sus negociadores en La Habana era, en realidad, un gran capo del narcotráfico?
No deja de ser una curiosa coincidencia que una operación encubierta de la fuerza extranjera DEA en nuestro territorio, habiendo comenzado en junio de 2017 según reza el indictment publicado, se active solo ahora y en forma tan espectacular, a tan solo seis semanas de celebrarse la votación para la primera vuelta y cuando los sondeos indican que el favoritismo de los electores se concentra en el pupilo del mayor enemigo de la paz. No hay que olvidar que el rival más fuerte de Duque es el candidato Gustavo Petro quien ha sido sindicado por la misma ultraderecha de ser el Maduro de Colombia, una historieta que difunden complacidos los partidarios de aumentar votos poniéndoles combustible al miedo y al odio. Tampoco hay que olvidar ni mucho menos ignorar el efecto colateral negativo que tendrá este suceso en los aspirantes presidenciales de centroizquierda e izquierda, efecto que, en contraste, casará a la perfección en los planes de los alineados grupos conservaduristas colombo-norteamericanos.
No deja de ser una curiosa coincidencia que el jefe de la Fiscalía General, la entidad criolla en que reside la investigación judicial buena parte de la cual se soporta en recursos económicos, logísticos y humanos de Estados Unidos, sea, simultáneamente, un aliado subalterno de ese gobierno y otro enemigo del Acuerdo de Paz; ni que por sus teorías ideologizadas de látigo y mazmorras para quienes se atreven a enfrentarse al establecimiento, haya intentado torpedearlo y lo haya logrado, con éxito notable. No deja de ser una curiosa coincidencia que Martínez Neira venga amenazando con perseguir y meter a la cárcel a las Farc y que se haya opuesto, con ardor casi enfermizo, a la Justicia Especial de Paz (JEP), tal vez porque siente que escapa de su control autoritario el manejo de los delitos de guerra.
No deja de ser una curiosa coincidencia que la Fiscalía y la DEA, unidas, sean tan eficientes, ágiles e imaginativas para armar operaciones de inteligencia, infiltrar agentes secretos, preconfigurar pruebas y proceder a desbaratar bandas del narcotráfico conformadas por izquierdistas, pero no se ocupen de los narcotraficantes de comprobada militancia en los carteles de la cocaína, como el tal Popeye, sicario de Pablo Escobar, sujeto de desafiante conducta pública al que nada le pasa a pesar de haber sido capturado festejando en Medellín con el jefe de la banda de criminales “La oficina”, a finales de 2017. Claro que no deja de ser una curiosa coincidencia y demostración de la moral fétida de la DEA y de la Fiscalía que a estas alturas no haya unindictment ni una prueba ni un agente que haya infiltrado los círculos mafiosos del matón Jhon Jairo Velázquez Vásquez y que este, en lugar de estar detenido en las celdas del búnker de la Fiscalía a la espera de ser enviado a Estados Unidos, esté en su casa, ufanándose ante todo el mundo, de que “un comunista como Santrich (pase) el resto de su vida bajo la disciplina de una cárcel norteamericana”. Finalmente, no deja de ser una curiosa paradoja que Popeye sea uno de los admiradores de la ultraderecha política favorecida por Estados Unidos y por la Fiscalía con el capítulo Santrich
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